
En el «Campo Grande», Valladolid
De tanto huir de mí
he llegado hasta mí.
Hasta la misma brecha donde el dolor anida.
Al último peldaño de mi fuga.
A un sin fin de preguntas sin respuestas.
Hasta la última luna de mis noches.
Se baten dos palomas cada instante
en el brocal del pozo
y no dejan resquicio
a la mano sedienta, exploradora,
que quiere tocar agua.
La blanca represalia continúa.
Es un lejano mar que me hipnotiza:
ha llegado y se va y me entristece,
lo tengo entre las manos, no suplica
su intensa libertad.
No tengo a qué aferrarme. Me lamento
de verme y de no verme ante mi sombra.
Tropezando me subo hasta la boca,
hasta la boca amarga de los días de exámenes.
hasta la nunca boca de mi otro yo.
Dejadme estar en mí.
La propia incertidumbre de vivir,
ha comenzado.
(De Residencia de olvido)
Abrázame,
mientras afuera
se construyen misiles
y la naranja viste su pureza
con cortezas de sol.
Mientras busca el verdugo
la paz en su vejez
y encuentra su delito.
Abrázame.
Rescátame del mundo.
(De Clamor de travesía)
te yergues en la piedra
y eternizas las horas.
Ahí, mujer desnuda,
inconsciente y extraña,
semejas la figura
que los ojos quisieron.
Te poseen los pájaros,
la lujuria del viento,
o cualquier meteoro.
Abrazas la distancia
con los senos tendidos a poniente
y claridad de mármol.
Con imposible gesto tratas
de recobrar tus manos,
que aprisionan el sueño
de tu vientre infecundo.
Virgen, vestal paloma,
cariátide perdida en el jardín.
Pasas y siempre quedas
con las nalgas rientes
desmintiendo la nada.
(De Clamor de travesía)
Mirad, miradme.
Comedme con los ojos,
así, molécula a molécula.
Ya veis, me abandono.
Oh, ese viento
que roza mi cintura:
el tacto imaginario de la mano,
el misterio que roba a mi cerebro
una respuesta.
Dulce éxtasis del vértigo.
Se arrebata el instante de otro instante,
las porciones de mí,
posible subterfugio
de lealtad y siempre.
La boca,
orificio sin nubes
donde plasmar el beso.
Besadme,
así como confío,
avanzando en hoguera
(no cabe tanto fuego entre los dientes).
Decidme:
si el eterno fluir nos hace telarañas.
Arrancadme.
El cuarto movimiento de este baile
me fascina.
No me pesa tu cuerpo que avanza ciegamente.
Inevitable
decir lo inevitable.
(De Derrota de una reflexión)
Frente al muro perforado de ventanas
Yo me desvivo así
buscando un agujero
donde sembrar los ojos.
Quiébrese el muro, ofrece
posible panorama de la luz.
Mas las ventanas mudas
imitan las estrellas
de un cielo de hormigón.
En la noche yo soy otra ventana,
pira que reconoce
la dimensión del fuego
y extiende su barbecho
hacia otra llama.
Derrota de la noche mi locura
cuando me erijo tea
y desconozco
espejos y memoria,
cuando enlazo los puentes
sobre el muro
y me declaro río.
El río de ventanas que recorro.
La larga superficie de mujer
donde aboco y resido.
(De Derrota de una reflexión)
La muerte no, tus ojos. Medicina final que alivie
en la última hora. Sosiego de una tarde emparrada
de nubes. Jolgorio de los pájaros que sostienen la bóveda
y el crepúsculo gris, atemperado, caído sobre el gozne
del último silencio.
Porque sería morir sin tu mirada, no haber vivido nunca
y nada sería suficiente.
Mas el extraño goce de toda la inconsciencia
no sería capaz de dibujar tus labios, la lenta cercanía
del espacio del beso, la justa equivalencia de la boca
que muerde la otra boca, mi destino y tu risa,
el viento que me lleve hasta tu muerte,
entre la densa sombra del ciprés donde la espera
no tiene otra esperanza sino la muerte mutua.
Y aunque el mármol me aplaste la cuenca de los ojos,
yo seguiré buscando tu mirada.
Y, después, no seremos ni claridad ni mano,
ni siquiera refugio del uno para el otro,
tan sólo leve soplo en la arena,
que elevará su vuelo hacia otras regiones
donde la luz no habita.
(De El tiempo insobornable)
Idealizado autorretrato
Llevo medias de seda
y traje de satén tornasolado.
Como una dama antigua
sostengo la sombrilla, sutil y ladeada,
para causar buenísima impresión.
La fecha de la cita que deseo
no ha lugar en ningún
pergamino ni memoria y adolezco
de ese aire festivo
que pugna por nacer en mis mejillas.
No sé por qué retoco con carmín
mi vieja compostura y ribeteo
el borde de mis párpados
con una línea oscura.
Casi todo me lo ofrece el espejo.
Razón por la que hurgo
en mi interior y me desola
encontrarme conmigo
en ese callejón de la conciencia,
tan propicio a tachar de insuficientes
las creídas virtudes.
Sin otra solución,
me remito
a elevar la sombrilla
y, con ella, mi espíritu.
(De Museo interior)
Como ave de altura, silenciosa,
que no rozara el polvo ni la muerte,
sino el vuelo rasante de la dicha,
presumo tu llegada.
Ese contacto lento, penetrante,
anudando pasión, extrapolando
los cuerpos a la cumbre
donde el rayo no quema,
ilumina.
Hágase al fin la luz (vaharada de luz),
equivalencia
de la luz y las sombras.
Será un vuelo de amor, riesgo asumido,
connubio que aclimate
los ecos de este rito, mi aventura
de creerme mujer enamorada
y engendrar un lenguaje
común e intransferible.
Como la tierra fértil a la lluvia,
ávidamente espero.
Y ¿cuándo, amor, tu dedo en mi nostalgia?
(De La hoguera infinita)
Amarte en el silencio agorero de julio,
bajo las lilas
del tormentoso mayo.
Amarte sobre el tiempo
(sin tiempo ni demora).
Amarte más allá de los sueños y los días,
en la piel de los gatos y en la fuga
del ciervo; en el galope de todos los caballos
y en el canto del cisne.
Amarte sobre todas las lunas y relojes.
Sobre todas las cumbres y los valles.
Bajo todos los puentes y las piedras.
Amarte simplemente, aunque fuera
en el filo de la última luz
que poblase mis ojos.
Amarte en la locura de saberte
perdido y nunca hallado.
Amarte
con la contemplación que te contemplo.
(De La hoguera infinita)
Es el encuentro mismo con quien eres. Es el espejo innato que no miente. La plaza te circunda. Oh, París. Boulevard Saint Germain. Los árboles al fondo, tan lejanos y efímeros, representan la sutil referencia que hoy necesitas para seguir viviendo. Se han caído al fondo de tu alma las paredes de entonces, y sabes de tu esencia. Media vida, mil años de estrecha compostura y raigambre con los fines de un hombre. Enderezas el tiempo y te resistes a rodear la plaza. El cielo es tan azul como en Sevilla. Y el Sena te recuerda a otro río. Es habitable el mundo si hallas tu ciudad en cualquier parte.
(De Media vida)
Llueve. Llueve sobre la misma lluvia. La lluvia con su color de lluvia me inunda de nostalgia y me humedece y me sostiene en total anonimato. Aprovecho ocasión para saber cómo sería el mundo, mi calle, bajo esta misma pátina acristalada que desdibuja jardines y memoria y pinta una acuarela deforme, que permite pensar en la caducidad de la materia, su fugaz apariencia bajo la lluvia y ver cómo se desmorona lo perdurable y fiel. Me convierto en materia de lluvia y me dejo llevar por la metáfora de ser lo que no soy o lo que puedo ser, bajo esta lluvia cándida que me absorbe, que me hace creer que levito y me abstraigo y me volatilizo sobre todas mis querencias y raíces.
(De Donadío)
Todo es posible
en el mar del espejo.
Cabe profundidad y lejanía,
ecos de infinitud
que se asemejan
al futuro imprevisto.
Es simplemente agua,
o simplemente azogue,
vecino del misterio,
puerta de lo invisible.
Tal vez fascinación por duplicar
lo que creemos ser.
(De A cuerpo limpio)
Digo Sur y me conformo.
Después, el mar. Gibraltar a la espera.
Las columnas de Hércules, más allá,
cansancio de la historia.
Navega su añoranza Menesteo
y los hombres de aquí
conquistan el Atlántico.
Basta sólo creer:
Puerto de Palos, gloria,
las joyas de la reina…
No se fueron los moros.
Mirad a Boabdil
regresando a sus lágrimas.
Giralda y medialuna, alhambra y jornalero,
Andalucía y grito.
Catedral y cabildo para sermón y fuga.
(De Derrota de una reflexión)
Apareces como la luna nueva. Como un potro salvaje perforas mis sentidos, avasallas la noche y traspasas el vidrio. Imperativamente pides una resolución, una quimera, un urgente deseo: “quiero verte”. Como si fuera fácil dominar el ojo caprichoso del milagro, la luz que no se enciende, el módem que se apaga, el reclamo agresivo de la urgencia y el todo por venir. Ahí, en el silencio y la potencia de lo que puede ser, me siento avasallada, e inútilmente busco los recursos de contactar contigo y preguntarte: ¿en qué botón reside la esperanza?
(De Cibernáculo)
Persigo tu presencia como a un astro en medio de lo oscuro, cuando dios me proclamo y te voy configurando a mi medida. Estás y me saludas con una mano en alto, mientras yo te respondo con estos cinco dedos de alegría. ¿Qué me ofrece mi amable caballero? No repitas que soy la única mujer de tu universo. Más vale que analices tu órbita y prepares tu nave con urgencia para un aterrizaje. Ahí nos amaremos cuerpo a cuerpo como dos principiantes, convencidos de que hemos hallado en esa entrega, el valor suficiente para gritar al mundo: “no pasen, no molesten, no fastidien”.
(De Cibernáculo)
Ya no sé si creerme o confirmarme que todo fue un juego, o tal vez la ficción desmesurada de un contacto que llega con ventaja. Me detengo delante del espejo, me acicalo, me pinto las mejillas, me disfrazo de novia que espera tras la cámara. El amante no llega, se deshace en el aire, no conecta o aparece de pronto enamorado. Me confiesas que tomaste cerveza y maldijiste tu sombra y tu destino. Y aquí me quedo yo engalanada sopesando la angustia, descubriendo tus caras tan poliédricas, diciéndome que a un hombre no se llega con ternura, sino con ciertas dosis de veneno.
(De Cibernáculo)
Estoy en mi refugio más secreto:
imaginando,
perdiéndome de mí,
haciéndome invisible,
convirtiéndome en vieja trascendencia,
en espíritu puro,
en ciego vigilante.
En percha,
para colgar mi cuerpo si aparece.
(De Donadío)
Si yo pudiera darte
la savia de la vid,
la fuerza de los montes,
la paz de las esferas,
el agua cristalina
de las fuentes ocultas.
Si yo pudiera tanto…,
no estaría pensando
cómo hacerte feliz con mis palabras.
(De Donadío)
DESPEDIDA
Cómo olvidar las sombras de la tarde
invadiendo tu rostro
en larga despedida.
Tal vez quedaron en el viento
tus palabras amables.
Mas yo, conmocionada, me retraje,
sin saber qué decir:
Y te estaba perdiendo, te perdía
más allá de mis ansias y del tiempo.
Todavía me pesa aquel silencio,
cuando fui a la deriva por las calles,
masticando el dolor,
buscando una respuesta sin hallarla.
Otra vez te distancias, me hipnotizas,
me hieres, me seduces, me traicionas.
Me impides contemplarte como quiero,
mientras busco el sentido de la palabra AMOR
y me disculpo por haberte amado.
No hace falta la noche para soñar un lecho.
Y siempre en ese vals acompasado:
buscándote, buscándote, buscándote…
Tratando de olvidar
el verso más amargo de la ausencia.
(De Como si fuera cierto)
PUERTA
Y si llamaras tú, y si llamaras
pidiéndome una cita, pidiéndome tal vez el corazón,
tal vez alguna rosa como en sueños.
Y llamaras de noche o llamaras de día,
con tu verbo encarnado de amante,
con tu misma pasión, alimentando
mi bosque de deseos, la púrpura y la sangre;
y el vuelo entristecido del crepúsculo
se iría a otro lugar, nunca a mi casa.
Dulcemente llamarías a mi puerta, vagamente,
con la suavidad del horizonte y el nacimiento del mar
en la mañana. Si de verdad llamaras a mi puerta
con tu voz de antiguo pregonero, resonarían las fuentes
y los ciclos del tilo y de las nubes.
La puerta se abriría con sus goznes
cantando de alegría. Si llamaras no habría más tristeza
en las paredes y el aldabón de mano quedaría en el aire
celebrando el milagro.
Ay, si llamaras con la dulzura del papel de seda y la cadencia azul
de todas las campanas.
Entonces, yo desplegaría mi alma y mis mitades.
(De Como si fuera cierto)
CENTINELAS
Ahí estamos,
cada cual en su orilla.
Como dos centinelas.
Como dos contrincantes
enamorados,
que ambos le desean
al otro la victoria.
(De Como si fuera cierto)
COMO EL MAR
Él llega como el mar, avasallando,
muriéndose en mis rocas, reinventando
la vida, ilusionándome con todo
su oleaje. Me inunda de caricias,
me salva, me seduce, me transporta
del suspiro al ahogo, del quejido
a la risa; al tiempo que despierta
ocultas melodías en mi cuerpo.
Él se va como el mar,
dejando tras de sí
su memoria en la arena.
(De Como si fuera cierto)